Reproducimos un artículo del P. Luis Escobar, capellán de cárceles en la Diócesis de Rancagua. Chile, y publicado originalmente en PortaLuz.org
Mucho se habla de discriminación por estos días y mueve a reflexión constatar que los mismos que alegan por sentirse discriminados son también discriminadores.
En veinte años de ministerio sacerdotal, el Señor me ha regalado servir a miles de personas en acompañamiento espiritual, confesiones, diálogos formales e informales con hermanos que se han sentido discriminados y marginados en su vida por diversas razones: étnicas, religiosas, laborales, de género o discapacidad. También por su sexualidad. En todos es transversal el dolor y la rabia que les genera la discriminación.
En este tiempo de servicio he acompañado espiritualmente a muchas personas que sufren en su reconocida condición de homosexuales. Es entonces que he aplicado siempre el criterio de la iglesia: “Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza” CIC 2358…. Decir con respeto y compasión, no es lo mismo que con lástima, pues quien se compadece, padece con, es decir se pone en el lugar del otro como lo hizo Jesús, quien se compadece del dolor humano.
El mismo catecismo dice:” Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”… Recuerdo un pequeño documento escrito por el Papa Juan Pablo II donde recomienda una pastoral que atienda, dé acogida, a estos hermanos… a quienes quizás los miedos, los escrúpulos de muchos católicos les puedan hacer sentir discriminados. ¡Recordemos que Jesús nunca rechazó a las personas!, sino el pecado que es como la lepra que deforma el rostro del ser humano. Muchos encuentros de Cristo con pecadores que le buscaban sinceramente, terminaron en conversión, sanación y liberación de aquello que padecían.
Pero también el Señor respetó siempre la libertad del ser humano. No nos obliga a seguirle o convertirse. Pero dispone siempre todos los elementos para que el pecador cambie su conducta… En los evangelios no todos lo hicieron, basta ver en la misma cruz al ladrón que no se arrepiente, aun padeciendo junto al mismo Cristo. Incluso muchos que fueron sanados por el mismo Señor jamás volvieron a dar las gracias y la misma multitud que le aclamaba como Rey en su entrada a Jerusalén antes de su Pasión, gritará luego enardecida, animada por las autoridades de su época, igual que hoy: “¡¡¡Crucifícalo!!!”… Y ello, porque Cristo se opone al odio y al pecado. Él, cómo luz que brilla en las tinieblas, deja al descubierto la maldad del hombre y la acción del Enemigo que furioso busca acabar con él, igual que hoy.
He servido como sacerdote también en la cárcel durante veinte años y en este tiempo he conocido muchos reos homosexuales y transgéneros. Sus historias son tristes: abuso, abandono, violencia, explotación sexual, marginación, olvido… muerte; todo esto los atrapa y tienen algunas veces comportamientos violentos, duros y hasta grotescos. Por su dolor y sufrimiento, son dignos de compasión. Recuerdo las muchas veces que con ellos he celebrado la eucaristía… ¡cómo respetan lo sagrado y reconocen lo grande del misterio, que para ellos es importante!… Por eso me duele mucho cuando ciertos grupos atacan a la iglesia acusándola de discriminadora y a los católicos de intolerantes en este ámbito.
Quiero recodarles que es la Iglesia quien se ha preocupado y ocupado de tantos hermanos homosexuales contagiados con SIDA que son abandonados por sus pares y los ha acompañado hasta el final, no solo en Chile sino que en distintas partes del mundo.
Tuve un amigo que murió hace ya varios años por la acción del VIH cuando en Chile esto era un tema desconocido y los chilenos pensaban que el SIDA se contagiaba con solo tocar a los enfermos, ignorancia por cierto. Roberto padeció 14 años con la enfermedad y cada vez que lo visitaba me decía. ”He visto morir a más de cuarenta compañeros y ya conozco los síntomas finales, cuando yo los tenga le avisaré”. Así fue, llegó el final y me dijo: “Padre me tocó a mí…” Cuando agonizaba me reconoció, porque se sintió amado por Cristo. Su tragedia fue su padre que nunca lo amó, sino más bien lo maltrató y marginó, siendo violento hasta el mismo día de la muerte de este hijo. Roberto fue despedido en una Misa a la que acudieron miles de personas…. porque era uno de los nuestros: un hermano en Cristo que sufrió, pecó y se convirtió. Comprendió que sólo Cristo puede darle sentido a la vida.Hace casi un mes Marcos, un transgénero de la cárcel de Rancagua, se quitó la vida; y no vi a ningún movimiento que dice defender derechos de minorías alzar la voz por la muerte de este hermano nuestro. ¡¿No era de los suyos?! La violencia de algunas agrupaciones que dicen defender los derechos de los homosexuales me deja muchas veces ¡perplejo!
Nunca he escuchado a un Obispo o sacerdote hablar tan groseramente contra los movimientos gay como lo han hecho ellos hace algún tiempo en nuestro país. Creo que ello no solo ofende a la Iglesia sino que a tantos hermanos que viven su homosexualidad de manera digna y cristiana. Porque están surgiendo personas que buscan vivirla desde la Iglesia, en celibato, y otros trabajando pastoralmente en muchas comunidades con alegría y discreción. Así las palabras del Papa Francisco me hacen eco hoy cuando dice que si un gay busca al Señor sinceramente: “Quien soy yo para impedírselo”… pero también el Papa recuerda que el Catecismo de la Iglesia Católica ha dejado clara la doctrina con respecto a este tema aunque algunos intentaran acomodar esas palabras de acogida del Papa Francisco. Recordemos que sólo la verdad nos hará libres…” (Jn 8,32)….
Bendiciones para todos quienes lean este articulo y recuerden que quien dice amar a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve es un mentiroso” (1 Jn4).
No hay comentarios:
Publicar un comentario en la entrada